-Mirámelo al Tuntulucho, dijo doña Clota y todos los que estaban con ella hicieron el recorrido de los ojos de la anciana.
El Tuntulucho en cuestión era un hombre corpulento que se bajaba de un auto mal estacionado en la calle principal del pueblo, reluciente a pesar de la tierra recogida en el camino. Los que  acompañaban a doña Clota no prestaron mucha atención al destinatario de su mirada, clavaron los ojos en el auto. En el pueblo no se había visto jamás un vehículo así. Se parecía a los de una serie extranjera del único canal de aire que veía doña Clota. La nuera de la anciana se interesó por el mismo detalle y, haciéndose sombra con la mano para ver mejor, preguntó:

– lEs el hijo de don Lencini, el del almacén de la entrada?
– Así es -le contestó su suegra-, cosa e’ no crer.

En esta novela corta, con el tono psicológico pintado de humor, al que la autora nos tiene acostumbrados, los personajes se ven atrapados en una historia de secretos y chismes, sostenidos en el tiempo por los pobladores de un pequeño pueblo serrano.