Este primer libro de Eduardo Montbrun es una sinfonía de voces narrativas unidas por la amistad. Fruto de la valiosa obsesión de su memoria, parece responder a una cita de Sergio Pitol: “Creemos que no existe sino el presente. Pero, ¿hay presente vivo con pasado muerto?”. Eduardo conjura el pasado, le abre las puertas a sus sentimientos y lo reconstruye como identidad colectiva. Como buen pintor, además de arquitecto, el verde de sus monocromos, el verde de la naturaleza, lo arroja al verde encantado de su bosque tucumano. Y entonces, entramos a ese bosque para acompañarlo en sus aventuras con los amigos de Tarzán. Una prosa dinámica y juguetona nos lanza a volar entre lianas y valientes guerreros.
Pero el relato cambia, nos sorprende y entusiasma por sus quiebres temporales, por su ir y venir de diferentes edades donde habitan sus seres y escenarios más queridos. Crece una biografía y los cruces con la ficción: encuentros inesperados, viajes, y a veces, lo siniestro agazapado. Esta sinfonía de voces cambia de tonos, tan variados como sus personajes, porque Eduardo los escucha en su memoria y los suelta en el habla directa para que habiten el espacio del presente. Libro que contiene otros libros, caja china de la amistad, tejido de citas, generoso espacio para compartir creaciones amigas, este es un libro que invita a disfrutar y reflexionar. Al leerlo he recordado esta frase de Neruda: “Donde está el niño que yo fui, ¿sigue dentro de mí o se fue?” No tengo duda de que esta escritura confirma en Eduardo la presencia viva del niño que fue y del adulto que creció sin perder la valoración primera de la amistad.
Mónica Parmigiani

Sobre el autor

Eduardo A. Montbrun nació en 1944 en La Rioja. Pasó su infancia en Tucumán. Su primer colegio fue Los Salecianos de Tucumán. El mundo de su infancia fue intenso, por las historias de juegos con sus amigos en los distintos barrios que vivió y el club de tenis al que iba toda su familia. Allí estaba en medio del Parque 9 de Julio, su bosque verde. Su padre se jubila en 1956 y se traslada con su familia a Río Cuarto.
Sus hermanos, primos y amigos son los compañeros de juegos y bailes. Se recibe de Bachiller en el Colegio Nacional de Río Cuarto. Desde su infancia y adolescencia tuvo un pasión por dibujar. No hay duda que fue una vocación que demostró al elegir arquitectura como profesión. Su mundo de estudiante en Córdoba para desarrollar su pasión fue muy prolífero, por todas las amistades de diversos lugares del país. Siempre dibujado como su pasatiempo o por tareas de la facultad. Promediando su carrera gano un concurso de dibujo para Plástica I, cuyo profesor titular era Arq. Nacelli. Realiza experiencias de creaciones transformadoras. En 1971 se recibe como arquitecto, con la tesis sobre El desarrollo de la Universidad Nacional de Río Cuarto, en conjunto con sus amigos Jorge Moia y Jorge Galindez, profesor titular Arq. José M. “Togo” Diaz.
Susana, su esposa y compañera de vida desde 1971, después los hijos y también los nietos. Recibido de arquitecto y socio de su papá ingeniero, tuvo actividades intensas en obras de Río Cuarto, su área de influencia y otras provincias.
Con amigos arquitectos fundaron muestras de pintores. Exposiciones en ARP y Hotel Ópera. Cuatro apellidos están en su vida, Montbrun y Carranza, el de su mamá y los de Giovanini y Gianoni, que son de Susana. Villa Cañada del Sauce y Las Reinitas, las dos en Calamuchita, Córdoba, entre ríos, pircas y arroyos a la vera del Río Quillinzo, son escenarios con recuerdos intensos de las vacaciones con toda su familia, padres,  hermanos, tíos, primos y amigos. Entre tantos amigos, este libro también se interconecta con un colega y también escritor, Eduardo Fernández, Negrito, como lo nombra este libro. Así se creó el germen de estos relatos. Dos amigos que son tocayos y arquitectos, y se escriben. Es una síntesis que describe el libro de Eduardo, el Gato, su sobrenombre, su mundo real e imaginario sobre la amistad. Es el primer y único libro que escribió.